UNA HISTORIA CONTADA POR TODOS



Creasy Tales acaban de nacer y nos gustaría que tú nos ayudases a continuar creando. La idea es llevar a cabo la realización de una pequeña colección o serie de cuentos en la que todos podremos participar, ya sea a través de la encuesta o bien enviándonos tus ideas u opiniones. Se trata de algo dinámico y vivo, donde iremos viendo juntos avanzar y cambiar la historia de sus personajes hasta llegar a un desenlace final. En todo este proceso tus decisiones serán importantes. ¿Te animas?







domingo, 27 de febrero de 2011

CAPÍTULO III

                          LA CUEVA

Creasy, tumbado en uno de los rincones de La Cueva, miraba a sus amigos con gesto apático. Era una de esas miradas que regalan los perros cuando lo que les rodea no les ofrece nada interesante.
      Gael acababa de ingresar en el club de los mellucos y este hecho había reabierto con fuerza el debate sobre el paradero del diente de Eva. Así que esa tarde, los seis amigos habían decidido juntarse en su lugar secreto para resolver, de una vez por todas, el extraño asunto del robo.  Aunque, a decir verdad, a excepción de Eva, los demás no estaban muy convencidos de que tal cosa hubiese sucedido. Más bien se inclinaban porque se tratase de una broma, a las que además era muy aficionado el tío Riqui; todavía recuerdan cuando éste les hizo pensar que los espaguetis eran ramas muy finas que crecían de un árbol que sólo existía en el sur de Italia. Menos mal que la mentira no duró mucho, porque andaban todos como locos intentado plantar espaguetis en el jardín. De cualquier modo, gracias a su insistencia, o a la preocupación que emitían sus palabras, Eva logró que por fin la tomaran en serio. Había que investigar lo sucedido.
Después de un rato, Adrián, cansado de darle vueltas al tema, dejó vagar la vista por La Cueva, y al posar la mirada en un punto en concreto, vino a su memoria la foto de Marta, la Exploradora, y sus amigos. La encontraron el mismo día que descubrieron la existencia de La Cueva, aquella tarde de otoño. Sin lugar a dudas, alguien más había disfrutado de ese escondite antes que ellos. El sitio había acumulado mucho polvo y suciedad, y algunos restos de basura que posiblemente el viento había depositado, así que se pusieron manos a la obra. Cuando terminaron de limpiarlo, cada uno escogió un sitio, que así se mantendría en futuras reuniones. Todos lo habían encontrado menos Adrián, que no se sentía a gusto en ninguna parte, hasta que decidió mover una de las piedras grandes que adornaban las paredes. Cuál fue su sorpresa cuando, debajo de la roca, apareció, medio enterrada, una caja metálica y pequeña. Avisó a los demás, y entre todos exploraron el interior de aquel genial regalo sorpresa.
      Sólo un sobre marrón con una foto, un plano y una nota, amarillentos por el paso del tiempo. Eso era todo lo que contenía la cajita. En la foto aparecían cuatro amigos, dos chicos y dos chicas; una, morena y con coleta, la otra, de pelo castaño y suelto. Ellos, que estaban con el brazo uno encima del otro, eran morenos y con aire alegre. Los cuatro llevaban sendas pulseras de cuero trenzado en la muñeca. Por detrás, la foto estaba firmada con los nombres de Marta, Sofía, Luís y Alberto. Además de lo que parecía un plano dibujado con mucha prisa, había una nota que decía así:

Hola, a quiénes quiera que seáis. Os damos la bienvenida a la que ha sido durante mucho tiempo nuestra segunda casa. Esperamos que la cuidéis como lo hemos hecho nosotros, conservándola y manteniéndola en secreto, porque este es un lugar más que especial.
PD: Esperamos que os sea útil el contenido del sobre.
Firmado: Marta, Sofía, Alberto, Luís.


Aquello les pareció a nuestros amigos algo fantástico. ¡Otros chicos, antes que ellos, habían estado en ese lugar! y habían compartido secretos y aventuras, seguro, increíbles. Desde ese momento, sentían que contaban con cuatro nuevos amigos, aunque nunca los llegasen a conocer. Así que aquella tarde de inauguración de la Cueva, recordaba Adrián, el tema de conversación giró en torno a dicho descubrimiento y en especial a aquel plano que “esperaban les fuese útil”.
      Era hora de irse. La tarde se les había pasado entre conjeturas sin sentido que no les habían ayudado a resolver el supuesto robo del diente. Creasy, al ver que sus amigos se levantaban, se incorporó rápidamente dando saltos y ladridos de alegría, que ocupaban todo el aire de la cueva. Por fin, comenzaba la diversión para él. De vuelta a casa, pasarían por el Parque Inglés y podría jugar corriendo y brincando con otros perritos con los que coincidía cada tarde.
      Taparon bien la entrada de la cueva con las ramas que guardaban para tal fin, y se dispusieron a regresar a sus casas. Parecía que el tomar aire fresco les había venido bien. Andaban contentos y alegres sin parar de reír, mientras Creasy  hacía uno de sus “circuitos”: daba vueltas como un loco alrededor de ellos, derrapando y cogiendo cada vez más velocidad, hasta que algún rastro de olor, perdido entre la hierba, le hacía frenar en seco. Gael y Miguel no paraban de gastarle bromas a Paula, acariciándola con una ramita simulando ser pequeños insectos.
      Habían llegado al final del Parque y cada cual debía tomar su camino. Era la hora de despedirse hasta el próximo día.
      - Vigila tu diente, no lo pierdas de vista- aconsejó Eva a Gael en tono de broma.
      - No te preocupes, lo llevo encima, no me he separado de él ni un momento, por si acaso…- contestó Gael mientras se metía la mano en el bolsillo- Espera…
      - ¿Qué pasa?- preguntaron a coro los demás inquietos.
      - ¡Pero si lo llevaba conmigo, ha estado aquí toda la tarde!
      - ¡Busca bien!- insistía Eva.
      - No puede ser…- decía Gael mientras inspeccionaba a fondo cada recoveco de su ropa.
      - ¡Dos dientes desaparecidos en la misma semana ya no es casualidad!- exclamó Eva.
      Ajeno al desconcierto de sus amigos, Creasy continuaba con sus circuitos. De pronto, se detuvo en seco llamando la atención del grupo. Estaba parado, como una estatua, delante de un banco cercano. Y en ese banco había sentada una mujer de pelo maravillosamente blanco, que sin lugar a dudas, les miraba a ellos fijamente con una enigmática sonrisa en la cara. Al cabo de unos segundos interminables, se levantó y desapareció entre el bullicio del Parque.
      Los cinco se quedaron paralizados, sin saber qué decir. Ya era tarde y estaban cansados, mañana, con las energías renovadas, tendrían tiempo de pensar en todo lo ocurrido. Algo, seguro, más importante que un par de dientes extraviados.
     
     

sábado, 19 de febrero de 2011

CAPÍTULO II


CREASY

Ocho de la mañana. Riiing!!! Suena el despertador. La luz clara del sol confirma con un guiño a Paula que es hora de levantarse. Sin ganas de ponerse en marcha, se hace la remolona. Coloca su cabeza bajo la almohada y piensa en por qué no será sábado. A sus pies, Creasy, responde igual que su compañera de sueños, acurrucándose como puede entre la colcha que, poco a poco, ha ido conquistando en la noche. No está claro quién tiene más sueño de los dos. Al cabo de cinco minutos, Paula toma fuerza y se incorpora. ¡Es hora de ir al colegio!, grita en alto para motivarse. Antes de levantarse, decide regalarle unas caricias a Creasy, que las acepta encantado. Sus suspiros de comodidad lo demuestran. Parece mentira que haya pasado ya tanto tiempo, piensa Paula recordando el día que se encontró con el que sería, desde entonces, su mejor amigo. Dominada todavía un poco por el sueño, comienza a recordar cómo ese pequeño peludo llegó a su vida:

       Aquel verano, Paula y su hermano Miguel, fueron de vacaciones, como siempre, a  un pequeño pueblo costero del sur. Pero ese año era especial pues, durante unos días, les acompañaría su amigo Adrián. Para ellos no había mejor divertimento  que estar todo el día buscando conchas y restos que el mar les ofrecía entre volteretas, que ola a ola les hacían dar.
Una tarde, cuando el sol ya se mostraba tímido sobre la arena, Paula, Miguel y Adrián,  decidieron cambiar su rutina y animarse a explorar las dunas que estaban al final de la larga playa. Cada día se quedaban mirándolas en silencio, como si escondiesen algún tesoro perdido, y aunque no lo llegasen a expresar con palabras, todos sabían que no se marcharían de allí sin comprobar si aquellas arenas albergaban realmente algún secreto. En efecto, ese día era el perfecto para hacer una excursión: los padres de Miguel y Paula recibían a unos amigos a los que veían cada verano, y a sus hijos, Nacho y Rodrigo.
Y así, con la emoción que se tiene cuando se emprende una nueva aventura, los 5 amigos corrieron hacia las enigmáticas dunas en busca de ese posible tesoro. Aunque parecían estar cerca, tardaron más de lo que pensaban, sobre todo porque Nacho y Miguel, que hacían buenas migas, se demoraban recolectando todas las conchas que encontraban en su camino… Pero por fin habían llegado. Realmente se trataba de un paraje precioso. Los amigos andaban de lado a lado inquietos, como quien observa por primera vez un gran regalo, mirando  con detenimiento e ilusión todas sus partes. Desde donde estaban, podían apreciar las siluetas de sus padres, que se relajaban charlando cerca del mar. Aquello les otorgaba más seguridad, aunque en su interior pensasen que se encontraban en una isla lejana y perdida. Investigaron cada recoveco de aquel lugar bañado en oro; ese era el efecto que ejercía el sol sobre la arena fina. Cada uno debía examinar un área determinada, Rodrigo había sido el encargado de distribuirlas.
- ¡¡Mirad!! ¡Algo se mueve allí!- gritó Adrián con acento aventurero y señalando al horizonte.
Los cinco amigos corrieron de inmediato y sin pensarlo dos veces hacia el lugar indicado, pero nada, quizás la imaginación les había jugado una mala pasada.  Al final, cuando ya estaba oscureciendo, decidieron regresar. Según se disponían a volver, la desilusión cubría sus rostros, pues lo que parecía iba a ser un gran descubrimiento, no había sido más que un paseo por el mar.
Nacho y Rodrigo fueron los primeros en decidirse, seguidos de Miguel, que iba más lento debido al peso que soportaban sus bolsillos. Paula, se regaló un minuto más en aquellas dunas. Sentada frente a ellas, y mirando a la Luna, que ya estaba presente, aunque en un segundo plano con respecto al sol, creyó ver algo que de nuevo se movía  en la arena. Indecisa entre salir corriendo o acercarse, decidió que ni lo uno ni lo otro y se levantó, fingiendo que nada pasaba, para alcanzar a sus compañeros, no sin dejar de echar, de vez en cuando, una mirada de reojo a sus espaldas por si acaso.
Cuál fue su sorpresa al comprobar que aquel bultito entre las dunas, misterioso y aún borroso por la distancia y la oscuridad, les iba siguiendo a ella y a sus amigos. La pandilla se armó de valor y se ocultó tras una gran duna, esperando sorprender a aquel espía playero y nocturno. Continuaban en tensión y agazapados, escuchando las pisadas en la arena que se acercaban, cuando se hizo el silencio. Levantaron la vista del suelo y descubrieron a su lado a un perrito de gesto afable y grandes orejas que les miraba ilusionado, no sólo agitando el rabo, sino todo el cuerpo. Paula se adelantó, aquello no parecía el encuentro entre dos desconocidos:
- Hola, amigo- le saludó, y él contestó llenándola en seguida de lametazos y caricias. Paula supo en aquel momento que ese pequeño ser formaría, a partir de entonces, parte de su vida.
       Ya se veía más oscuridad que luz y escucharon a lo lejos las voces de sus padres que les llamaban. Regresaban todos contentos y emocionados. No habían descubierto ningún baúl lleno de oro y joyas, pero habían conseguido el mayor tesoro que puede tener un niño: un amigo fiel que le querrá durante toda su vida.
       Se notaba que, aunque  necesitaba un baño y un buen cepillado, Creasy iba a ser el mejor perro del mundo. Antes de regresar a casa, fueron al veterinario y se aseguraron de que aquel perrito no tenía dueño. Paula se comprometió muy en serio a cuidarlo adecuadamente: paseos diarios, limpieza, etc… Pero lo que determinó que Creasy pudiese quedarse definitivamente en la familia, fue la intermediación del abuelo Santiago, que aseguró que le cuidaría siempre que lo necesitasen y, además, fue quien le bautizó con ese nombre tan particular.
       Y así volvieron todos a casa. Contentos de tener a uno más en la familia.

Ya no se podía esperar más. Paula se levantó y se preparó para ir aquel día al colegio. Creasy siguió un poco más en la cama guardándole sus sueños. Ya en clase se encontró con su amiga Eva, a quien todavía no habían podido quitar de la cabeza aquella disparatada idea sobre el robo del diente.

lunes, 7 de febrero de 2011

CAPÍTULO I

Como cada mañana Adrián se levantó para ir al colegio. Como cada mañana, lo hizo feliz y contento. Para él cada día era una nueva aventura. Primero, a desayunar; un zumo de frutas, leche y dos magdalenas de esas caseras tan ricas que le preparaba su madre. Luego, al autobús. Allí se reuniría con sus amigos…
Aquel día, en el colegio, fue tranquilo. Unas horas de Mates y Cono, alguna de Lengua y, como siempre ocurría en las clases de Educación Física con Martín, varias vueltas al patio y un partido de fútbol con cuidado de no pisar los charcos que habían dejado de recuerdo las nubes de la noche pasada. La buena noticia del día llegó de la mano de su amiga y compañera Eva: por fin se le había caído aquel diente que llevaba tiempo dando la lata.
Una vez en casa, y después de haber merendado un bocadillo enorme de salchichón con mantequilla, Adrián decidió ir a dar una vuelta con sus amigos. Para quedar no necesitaban usar el móvil ni Internet, había un lugar que sólo conocían ellos y que desde que lo encontraron fue su punto de encuentro: la Cueva.
Aquel nombre fue idea de Paula. En cuanto al lugar, lo encontraron una tarde de otoño por casualidad mientras jugueteaban entre los peñascos grandes del Parque Inglés. Sin darse cuenta se hallaban en una especie de cueva por la que había que entrar a través de dos piedras enormes que formaban un pasillo estrecho. Era un buen sitio, porque sólo se veía si lograbas acercarte lo suficiente.
 Desde aquel día, la pandilla, Adrián, Eva, Paula, Gael y Miguel, juraron no revelar a nadie la existencia de ese lugar; sería el primero de sus grandes secretos y el inicio de sus aventuras.
Esa tarde, al llegar a la Cueva, Adrián se encontraba solo. Quizá ninguno de sus amigos tenía permiso para salir. Esperó más de media hora y, cuando ya se disponía a irse, llegó Eva. Eva era una de esas chicas que podría ser modelo perfectamente, o eso al menos pensaba Adrián, pues esa cara angelical y esa altura, impresionaban a los chicos de clase. Nada más verla, Adrián se dio cuenta de que algo rondaba por la mente de su amiga:
- ¿Ocurre algo, Eva?
      - No sé exactamente qué decirte, Adri… Antes de venir para acá estaba en mi habitación terminando los deberes y paré un momento para mirar en la cajita azul donde guardo mi diente y… ¡el diente no estaba! Lo he buscado por todas partes y… ¡simplemente ha desaparecido, de verdad!
- Evaaaaa…
- Que sí, Adrián, te digo que no está por ningún lado.
- ¿Has preguntado a tu padre y a tu madre? ¿y a tus hermanos? A lo mejor te están gastando una broma. O se te habrá caído en cualquier lado…
- ¡Que no, Adrián! He preguntado a todos y he buscado por todas partes… y he llegado a una conclusión…
- No sé si quiero oírlo…
- Está claro, si no aparece por ningún lado… ¡es porque alguien lo ha robado!
- Ay, ay, ay, Evita… ¿pero quién iba a querer un diente tuyo y para qué?
- Pues no sé, pero te digo que algo raro ha pasado.




      Aquella tarde nadie más acudió a la Cueva y durante un rato, Adrián intentó hacer entrar en razón a su amiga, pero no fue posible que se pusieran de acuerdo. A pesar de ello, de camino a casa, no dejaba de pensar que ciertamente era raro que Eva hubiese tenido algún descuido con su diente, pues se había pasado las últimas semanas esperando impaciente la caída y emocionada ante ese inminente acontecimiento.
      Después de cenar, ya en la cama preparado para dormir, volvió a darle vueltas al tema. Se convenció de que sería sólo un pequeño accidente, una casualidad. Como siempre, se asomó a la ventana para desear dulces sueños a la Luna, un poco más gordita que la noche anterior, y se acostó.